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Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos, y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor.
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Por eso el Señor no se complacerá en sus jóvenes, ni tendrá compasión de sus huérfanos y de sus viudas; pues todos ellos son impíos y malvados, y cada boca profiere insensateces. Con todo esto no se aparta su ira, antes su mano está aún extendida.