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Volvió luego Esther á hablar delante del rey, y echóse á sus pies, llorando y rogándole que hiciese nula la maldad de Amán Agageo, y su designio que había formado contra los Judíos.
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Con eso el ángel Rafael apresó al demonio y le confinó en el desierto del Egipto superior.