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Por lo cual, en oyendo todos los pueblos el son de la bocina, del pífano, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña, y de todo instrumento músico, todos los pueblos, naciones, y lenguas, se postraron, y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado.
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Pero él responderá en aquel día, diciendo: “Yo no soy médico, y en mi casa no hay pan ni ropa; no me hagáis príncipe del pueblo.”